La luz llegó de pronto y la claridad la cegó por un momento. Era normal que estuviera desorientada: no era su territorio. Estaba asustada, miles de ojos miraban espectantes (y, quien dice miles, dice dos), esperando ansiosos a que dijera algo para arrancar con buen pie. O, simplemente, algo para arrancar. Aplaudir o abuchear.
Dio un paso al frente. Despeinada pero decidida. Se aclaró la voz con un suave carraspeo y gritó muy bajito: "hola, nueva yo".
Cerró la puerta del baño, bajó un poco la persiana y se quitó las legañas frente al espejo. Quería comerse el mundo.
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para que veas de lo que vale el insomnio :) me gusta. te sigo como siempre. un besazo
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